sábado, 22 de julio de 2023

LO QUE LA RIVEIRINA ESCONDE

En la costa murense existe un pedrero que encierra muchas interrogantes e incógnitas, pasando desapercibido ante la imponente belleza de nuestras playas más conocidas. La Riveirina, tal y como la recoge Félix Fierro (p. 14 bis), está situada a medio camino entre Veneiro y Las Llanas. Su acceso es difícil y en algún momento peligroso, y puede realizarse bajando por el acantilado desde el castro de El Campón o cruzando toda la playa de Veneiro; es un lugar frecuentado tan solo por pescadores que acuden a “calar” a los buenos pozos de Rabaduga (también Raboduga) y las Puntas de Veneiro.



En el acantilado de La Riveirina existe una mina que tiene una galería horizontal de unos 15 metros de longitud en la que cabe perfectamente una persona, tal y como pudimos comprobar recientemente en compañía de nuestro vecino Adolfo García Alonso.


En sus paredes se aprecia un corte limpio del mineral, existiendo algún agujero recto y profundo producido por el uso de modernos barrenos, lo cual puede darnos idea de su reciente explotación. También se pueden apreciar en el techo unos pequeños agujeros utilizados para entibar la galería. Una mina de estas características coincidiría con la descrita en los relatos de nuestros mayores, quienes nos indicaban la existencia de una explotación minera en la zona de Veneiro, excavada a mitad del siglo XX. Por ellos sabemos que en dicha mina trabajó temporalmente Tomás “el de Gloria”, o que el mineral lo transportaban a través de la playa, debiendo acarrear lo extraído durante más de quinientos metros de difícil camino entre rocas y arena.

Pero la mina no es la única sorpresa oculta que guarda La Riveirina, puesto que al salir de la mina resultó llamativo descubrir un pequeño agujero de unos diez centímetros de radio en la cúspide de una prominente piedra del acantilado. 


Al observar de cerca la roca, se aprecia que no se trata solo de un orificio, puesto que en su parte inferior existe otro semiderruido y con una orientación diferente. Ambos agujeros traspasan completamente la roca de lado a lado. Nuestros conocimientos no nos permiten asegurar si se trata de orificios naturales de la piedra o artificiales. Si nos decantásemos por la segunda opción, automáticamente deberíamos plantearnos: ¿con que finalidad fueron realizados dichos agujeros? Mientras llega el momento de que algún experto analice el lugar y los orificios, tan solo se nos ocurre plantear algunas hipótesis al respecto.                                                                                       

A priori podríamos pensar que los agujeros tienen relación con la explotación minera de mediados del siglo XX, pudiendo servir de amarre o fijación para la subida de material.


Pero esos agujeros también podrían remontarse a una época mucho más antigua y estar vinculados a los pobladores prerromanos del castro de El Campón, situado a escasos metros en lo alto del acantilado. Por su situación la visibilidad es inmejorable: hacia el Oeste divisamos El Rabión (Rebeón) de Lamuño, mientras que hacia el Este podemos ver la Peña La Deva y más al fondo el Cabo Peñas. Además, la topografía del perímetro de la piedra es dominante, al estar elevado del resto a modo de altar. Tal es así, que para llegar a la piedra hay que caminar por un pasillo (natural o artificial) resguardado por la roca.

 


Por si lo anterior fuera poco, a los pies del agujero existe una mancha negra generada posiblemente por hogueras y que podría estar relacionada con el orificio inferior. Todas estas señales podrían ser indicios, en el entorno de la piedra, de algún tipo de actividad ancestral relacionada con el castro.

Si analizamos la orientación aproximada de los orificios, el orificio inferior, pese a estar derruido por uno de sus lados, está orientado aproximadamente a la salida del sol en el solsticio de verano, que curiosamente coincide con la zona de la Peña La Deva (Diosa celta relacionada con el agua), donde también existe un castro, el denominado “La Punta del Moro”.


El orificio superior va en dirección Este – Oeste con una ligera inclinación que sube hacia el Oeste. Sabemos que en invierno el sol sale y se pone más al Sur de lo que lo realiza en el verano. Por ello, habrá que comprobar si en ese agujero coincide la puesta de sol en algún momento del año (equinoccios, solsticio de invierno, etc).

De lo expuesto hasta aquí puede deducirse que, en esta entrada de nuestro blog, existen más dudas que certezas respecto de un lugar que diríamos es espectacular por su belleza natural, peculiar en cuanto a su topografía y enigmático respecto a los símbolos que percibimos a simple vista, y que quizás pudiera haber sido utilizado por nuestros antepasados como lugar de vigilancia costera, peña sagrada (o ritual) u observatorio solar. Confiamos en que, al hacerlo público y llamar la atención sobre él, algún experto (arqueólogo, historiador, etc.) se interese, lo estudie y pueda aportar más información y avanzar en alguna de las hipótesis que dejamos aquí planteada.

  

 Javier García Alonso - Juan José García González

 

 Bibliografía

 

Camino Mayor, Jorge, Los castros marítimos en Asturias. RIDEA, Oviedo, 1995.

Fanjul Peraza, Alfonso, Los Astures y el poblamiento castreño en Asturias (Tesis Doctoral), Universidad Autónoma de Madrid, 2014.

González-Fierro, Félix, Muros de Nalón, Oviedo, Instituto de Estudios Asturianos, 1953.

Web Arqueoastur.com (consultada el día 15/07/2023)



sábado, 8 de julio de 2023

MÁS SOBRE FITOTOPONIMIA DE MUROS (III)

Continuando con el análisis de la abundante y variada presencia de topónimos en nuestro concejo originados a partir de nombres de vegetales, le llega su hora a El Ordial, una amplia zona hoy boscosa, situada en la línea de costa entre L’Atalaya y el Espíritu Santo. Que el bosque esté presente en un territorio cuyo fin no debió de ser originalmente el aprovechamiento maderero es algo bastante frecuente, una vez que los hábitos agrícolas se han modificado de forma tan notable, especialmente en los últimos cien años, más o menos, por mencionar una cifra redonda.


El origen del topónimo El Ordial, al igual que el de otros topónimos asturianos como Ordiales –también apellido- (en Godina, Pravia), Ordaliegas (Grado) y Orderias (Cudillero) estaría, según García Arias (p. 390), en el latín HORDEUM, “cebada”, de manera que El Ordial sería un abundativo con el significado de “lugar plantado de cebada, cebadal”. Algunos lectores de nuestro blog comentaban a propósito de una entrada anterior, hablando de este topónimo, que recordaban haber oído una forma alternante a esta, El Urdial, lo que es perfectamente posible, habida cuenta de la facilidad con que la vocal /o/ se cierra en /u/ en asturiano; no obstante, el hecho de que el étimo latino presente una /o/ y que los topónimos de él derivados la tengan también parece corroborar que esa es la pronunciación más general.

En el vecino Somao existe también, en una de sus partes más altas, una zona denominada El Ordial. Carmen Requejo (p. 103), aunque partiendo del mismo étimo latino con el significado de “cebada”, sugiere que podría ser un lugar donde pudiera plantarse también otro cereal como escanda, centeno o mijo. 

Parece razonable preguntarse hasta qué punto hay una relación estricta entre el vegetal que da nombre al lugar, la cebada, y la planta realmente allí cultivada. Hemos revisado las escasas fuentes antiguas sobre el concejo que pudieran darnos alguna pista. Así, en las respuestas al Catastro de Ensenada, fechadas en enero del año 1752, se mencionan los diversos productos agrícolas del Coto y Jurisdicción de Muros. En el capítulo de los cereales aparecen la escanda, el maíz, el alcacer y el centeno, pero en ningún momento figura la cebada. En el Diccionario de Madoz, de 1845-1850, se dice lo siguiente (s.u. MUROS): “Produce maíz, habas, escanda, trigo, patatas y otros frutos” y (s.u. MUROS, STA. MARÍA) se ofrecen datos interesantes relacionados con el cultivo de los cereales. Así, habla de la existencia de “terreno común para rozo y pasto de ovejas, pudiendo un vecino acotar una porción y cerrarla para sembrar centeno, pero recogido el fruto lo debe dejar abierto”; también se informa de que se recogen “720 fanegas de escanda y trigo” -la fanega, como medida de capacidad, equivale a 55,5 litros- y de que existían “algunos pisones para limpiar la escanda”. La conclusión de estas revisiones es que la cebada no se menciona en ninguna de las dos fuentes. Sin embargo, sí tenemos constancia por transmisión oral del cultivo de cebada en Muros a mediados del siglo XX. Este cereal era muy apreciado para alimentar a los bueyes o gallinas, porque les aportaba mucha energía sin producir un aumento de grasa, algo que sí provoca el maíz.


Si repasamos muy someramente las características de estos cereales que venimos citando, podríamos decir que la cebada fue ya conocida por los griegos y los romanos, que la utilizaban para elaborar pan; pero a medida que el trigo y la avena, también conocidos desde antiguo, fueron abaratando su precio, dejó de elaborarse poco a poco el pan de cebada, aunque perdura para el consumo humano en algunas zonas del planeta. Su uso principal en la actualidad es la elaboración de diversas bebidas: cerveza, whisky y ginebra. La escanda es una especie común del trigo, la más importante para la humanidad en la antigüedad, pero actualmente casi se ha extinguido y se cultiva solo en algunas regiones de la India y, curiosamente, en Asturias, razón por la que su consumo no nos resulta del todo ajeno. Por su parte, el centeno se cultiva por su grano o como planta forrajera y, si bien pertenece a la familia del trigo, se relaciona estrechamente con la cebada. En fin, el alcacer designa a la cebada verde, cuando todavía es hierba.
¿Qué se plantaba, pues, en El Ordial? Nos parece que sería aventurado ofrecer una respuesta concluyente a la vista de los datos de que disponemos. Quizá el alcacer, que es lo más cercano taxonómicamente a la cebada, pero quizá cualquiera de los otros cereales mencionados, excepción hecha, naturalmente, del maíz, claramente diferente. En este segundo caso, el término latino HORDEUM, con el significado originario preciso de “cebada”, habría ido evolucionando hasta aludir, genéricamente, al concepto de cereal, de planta de la que puede obtenerse harina para hacer pan.


Y para concluir nuestro acercamiento toponímico de hoy, no querríamos dejar de recordar que, a partir de las tierras de labor denominadas El Ordial, se le puso ese mismo nombre a las rocas situadas en el mar al norte de esas tierras y también al Pozo del Ordial, frecuentado como lugar de pesca.


 Juan José García González – Javier García Alonso


Bibliografía
 

García Alonso, Javier, Mapa de la Toponimia Menor del concejo de Muros de Nalón, Muros de Nalón, 2022

García Arias, Xosé Lluis, Toponimia asturiana. El porqué de los nombres de nuestros pueblos, Editorial Prensa Asturiana, S. A., Oviedo, 2005

Madoz, Pascual, Diccionario geográfico-estadístico-histórico. Asturias. (ed. facsímil), Ámbito ediciones, Valladolid, 1985

Pérez de Castro, José Luis, “El Coto y Jurisdicción de Muros, según el Catastro de Ensenada”, Boletín del Instituto de Estudios Asturianos, 96-97, 1979, 269-284

Requejo Sánchez, Carmen - Álvarez García, Cándido, Somao. Los nombres de nuestro pueblo, Parroquial Rural de Somao, Llanera, 2019


EL JARDÍN Y LA CAPILLA DE SANTA EULALIA DE MÉRIDA

En la entrada anterior de nuestro blog (27 de abril de 2024) recorríamos en el tiempo el proceso que hizo del Campo del Palacio un espacio p...