sábado, 28 de octubre de 2023

EL CEMENTERIO DE MUROS

Durante siglos existió la costumbre en nuestra sociedad de inhumar a los muertos dentro de las iglesias, tal y como está documentado que sucedió en nuestra iglesia de Santa María de Muros. Las medidas higienistas en torno a los cementerios surgieron en Europa en el siglo XVII, pero en España, debido al peso de nuestras costumbres, tardaron en construirse nuevas necrópolis en el exterior de nuestras poblaciones.

No es casualidad que la construcción del cementerio de Muros coincida en época con la de otros cementerios de gran relevancia a nivel nacional como La Almudena en Madrid (1884), El Salvador en Oviedo (1885) o La Carriona en Avilés (1890). Ello es debido a que a finales del siglo XIX comenzó a aprobarse la normativa que promovía su construcción en búsqueda de la salubridad del pueblo, permitiendo la expropiación “por causa justificada de utilidad pública” y atribuyendo en exclusiva las competencias de los cementerios a los Ayuntamientos. Con estos mimbres legislativos, en el año 1878 la Corporación murense inicia los trámites para construir el actual camposanto municipal en una zona de prados, distando en aquel momento unos setenta metros de la casa más cercana. Es importante resaltar el cambio que se produce con la construcción de un cementerio municipal, cuanto más si hasta ese momento las inhumaciones se estaban realizando en un ámbito parroquial que englobaba a Muros, San Esteban y Somao.

Tal y como Armando Grande documentó ampliamente, el cementerio se inauguró el 30 de septiembre de 1883 después de cinco años de negociación con los propietarios de los terrenos y su posterior construcción. El resultado final fue un cementerio de unos 1.800 m² de superficie que finalizaba a la altura de la capilla del Marqués de Muros, situada en el centro del cementerio actual.


Imagen editada digitalmente para intentar recrear el cementerio original.

Según la normativa de la época, su perímetro debía estar cerrado mediante un muro de al menos dos metros, altura que en el caso de nuestro camposanto se sobrepasa ampliamente en la mayor parte del recorrido. Para ganar significación, en su entrada se abrieron cuatro huecos de reja de hierro, realizando en el centro su acceso a través de un portón metálico bajo arco de medio punto de piedra labrada.

La distribución interior de las sepulturas se realizó en cuatro grandes cuadros formando los pasillos interiores una cruz griega. Quizás motivado por la Real Orden de 18 de julio de 1887 que prohibía el enterramiento de cadáveres fuera de los cementerios comunes, esta necrópolis original pronto debió de quedarse pequeña, por lo que se tramitó una primera ampliación hacia el Oeste que fue inaugurada en 1912, pasando a tener una superficie del doble del original. En el momento de la ampliación ya estaban edificados algunos panteones alineados con la capilla del Marqués, lo que motivo el único y característico quiebro que nos encontramos en el cementerio, el cual rompe la armonía y homogeneidad de su trazado.

En diversos documentos históricos se cita el cementerio civil, el cual estaba entrando a la izquierda en el lugar donde hoy existen unos nichos, anexos al almacén municipal. Era un rectángulo de aproximadamente 16 metros por 3 de ancho y se edificó en el año 1942 un muro de cierre de dos metros de altura, tal y como se aprecia en la siguiente fotografía.


En los pasillos centrales del cementerio se plantaron cipreses por encargo del Marqués de Muros, influido sin duda por las recomendaciones de la Real Academia de Medicina donde se indicaba, en palabras de la época, que: “han de tener plantaciones de árboles de hoja perenne, cuya función clorofitiania sea activa y no profundas sus raíces: el ciprés, el chopo, el álamo, el abedul y vegetales aromáticos. Deben preferirse árboles de copa recta y elevada para que no den sombra ni favorezcan la humedad; por tanto proscribiéndose el legendario sauce llorón”. Es posible que el Marqués de Muros también buscara una función higiénica, o al menos aromática, cuando mandó plantar los 52 eucaliptos del paseo exterior del cementerio.

La evolución en las costumbres y gustos de la época provocaron la construcción en 1968 de los primeros nichos en el cementerio, precisamente en el recinto que había quedado en desuso en el cementerio civil. En muy poco tiempo se construyeron los tres lotes en que subdividió la primera fase, teniendo que continuar la construcción al Sur del muro original en tres fases distintas y al Norte en otras dos fases más, tal y como apreciamos en las siguientes imágenes aéreas.

Dentro de los círculos rojos se muestra en detalle las nuevas ampliaciones. Las fechas se corresponden con la imagen, por lo que las obras de ampliación siempre son anteriores.

Los cipreses que mencionábamos anteriormente fueron talados en la segunda mitad del siglo XX, pero no todos en 1951, como suele mencionarse en algunas fuentes escritas. En las mismas fotografías en las que hacíamos notar el desarrollo de la construcción de los nichos puede seguirse también el proceso de desaparición de los cipreses: son todavía bastante abundantes en 1970, bastantes menos en 1977 y ya no se observa ninguno en la foto de 1981. Parecería, pues, que su tala total se produjo en ese lapso de tiempo.


Debido al aumento de las cremaciones y a la disminución de la población, en las últimas dos décadas el camposanto no se ha ampliado, si bien es cierto que el Plan General de Ordenación prevé una posible ampliación en los nichos del Norte. Finalizamos indicando que todo el cementerio está catalogado y protegido como conjunto, con un grado de protección integral, teniendo catalogación individual las tres capillas de la entrada (capilla del Marqués, capilla de Rosendo García y capilla de la Familia Villazón).


Javier García Alonso - Juan José García González


Bibliografía:

Alonso Alonso, B., “Nuestro camposanto (I)”, La Ilustración Asturiana, segunda época, nº 13, pág. 5.

Catálogo Urbanístico. Web del Ayuntamiento de Muros de Nalón (consultado el día 08/10/2023).

Gaceta de Madrid, 9 noviembre 1898, Número 313.

Grande Roca, A., “Nuestro cementerio”, La Ilustración Asturiana, segunda época, nº 7, pág. 2.

Grande Roca, Armando. Concejo de Muros. Su historia. Periodo de 1936 a 1975. Armando Grande Roca, 2009.

González-Fierro, Félix, Muros de Nalón, Oviedo, Instituto de Estudios Asturianos, 1953.


sábado, 14 de octubre de 2023

LA VISITA DE CLARÍN A EL GRABIEL

En la zona nororiental del barrio de Villar, al final de la planicie que empieza a caer hacia el mar, se encuentra una enorme finca, de las más extensas sin duda de todo el concejo de Muros, rodeada por un alto paredón de piedra de casi un kilómetro de longitud. En la columna izquierda del portillo de entrada unos azulejos indican su nombre: “El Grabiel”. Es el nombre de la finca y, por extensión, de la zona en que se encuentra. En ese lugar apenas habitado y rodeada de prados y bosques, la propiedad pasa bastante desapercibida y, sin embargo, le cabe el honor de haber recibido entre sus muros a varios personajes ilustres de la historia de Asturias, entre los que sobresale el insigne novelista Leopoldo Alas “Clarín”.


En los primeros años del siglo XX y, posiblemente, desde algún tiempo antes, la finca era propiedad de Celedonio Díaz del Valle, próspero comerciante del concejo, con un negocio en La Plaza de Muros en el que se vendía prácticamente de todo, desde comestibles a bebidas, ropas, ferretería, artículos para el hogar, materiales de construcción (García Glez. pág.1). De su matrimonio con Teresa del Riego Martínez-Arcos, nacieron nueve hijos (puede verse su árbol genealógico en Glez.-Fierro, pág. 88), entre los que destacaron el médico local Filiberto, Amancio, poeta y comerciante como su padre, y Edmundo, periodista, hombre inquieto y promotor de muy diversas empresas entre las que podríamos destacar la apertura del Hotel Brillante de San Esteban y la creación de dos periódicos locales, “El Nalón” y “La Ilustración Asturiana”.

Una tarde de agosto del año de 1900 se celebró en la finca una merienda. Tenemos la suerte de contar con la crónica de aquel encuentro, fruto de la pluma de Agustín Bravo que, bajo el pseudónimo de Roque, da cuenta de todo lo acontecido aquella tarde. Tras alabar las increíbles vistas que se disfrutan desde la terraza de la casa, nos describe pormenorizadamente la variada vegetación de la finca y los diversos animales que allí se criaban y que fueron mostrados a Clarín por Amancio y Edmundo: “Los nísperos del Japón, los naranjos, los limoneros, los manzanos abrumados por el peso del jugoso fruto, los pérsicos y los perales en espalderas al aire, o apoyándose en las paredes para poder sostener su sabrosa carga; los modestos fresales enseñando, por entre sus verdes hojas, el coral aromático de sus delicados frutos, la viña, […] el gallinero, la vaquería, los granados, etc.; no quedó rincón que no fuese visitado por el ilustre crítico”.


Panorámica de Aguilar desde El Grabiel tomada el 21 de marzo de 2021

Por lo que sigue diciendo Roque un poco más adelante, da la sensación de que don Celedonio quiso crear, a finales del siglo XIX, en El Grabiel, una explotación agrícola y ganadera con criterios, diríamos, de modernidad: “D. Celedonio, cuando los asuntos comerciales le dejan un momento libre, se marcha al Gabriel y allí toma sus disposiciones para que todo aquel enjambre de árboles, arbustos, matas, yerbas, gatos, perros, palomas, gallos, gallinas, perdices, cerdos, vacas, carneros, etcétera, etc., estén en producción constante. Y lo ha conseguido. Aquel bosque inculto hace pocos años, es hoy una granja productiva. D. Celedonio es un mágico prodigioso para sacar partido de las cosas. De un pueblo pequeño como Muros ha hecho un centro comercial de los más importantes de la provincia; y allí se ha labrado una fortuna con el trabajo.”

A la mesa de la merienda-cena se sentaron casi una veintena de amigos. Además de Clarín, el invitado principal sin duda, y de sus anfitriones, los hermanos Amancio y Edmundo, participaron Cristóbal Mezquita, un rico, culto y –parece- muy hablador industrial madrileño, los periodistas Constantino y Emilio Corugedo, el célebre músico Saturnino Fresno, y otros cultivadores de las letras, amigos y alumnos del autor de La Regenta. A las diez de la noche levantaron la mesa, pues Clarín debía regresar a Salinas, donde veraneaba. Se marchó con la promesa de regresar al año siguiente, pero no pudo hacerlo al fallecer en junio de 1901.


Hemos dejado para el final los comentarios sobre el topónimo de la finca de que hemos venido hablando y de su entorno: ¿El Grabiel o El Gabriel? Y es que de las dos formas se la llama. No la encontramos citada en el “Apeo de la Villa de Muros” con los bienes de D. Diego de Miranda de 1631. Leemos la forma “El Gabriel” en la crónica de Roque a la que hemos aludido en el texto, publicada en 1904, en el libro de Glez.-Fierro (pág. 14, tanto en el texto del libro como en el mapa desplegable del “Ayuntamiento de Muros de Nalón, entre las páginas 14 y 15). Por otra parte, “El Grabiel” figura en la lista de Topónimos oficiales del concejo de Muros de Nalón (BOPA de 9 de mayo de 2019), es la forma que vemos en los indicadores viales, aparece en los azulejos de la entrada de la finca y también ha sido el nombre comercial escogido para denominar a una explotación agrícola, “Finca El Grabiel”, dedicada al cultivo de arándanos y fresas bajo invernadero y que se encuentra frente a la otra más antigua.

Los topónimos en –iel, -el no son raros en Asturias; basta observar que en territorio de nuestro vecino Somao se encuentran Gayel y El Marciel. García Arias (pág. 488) opina que deben tenerse por continuadores de genitivos latinos en –ELLI, -ELLII. Esta terminación –ELLUS se empleaba muchas veces para expresar un diminutivo. Se nos ocurre proponer para Grabiel un étimo latino, formación de diminutivo, a partir de *GRABIELLUS, formado sobre el gentilicio GRAVIUS que aparece recogido en época antigua (Solin-Salomies, pág. 90) y que podría haber designado a algún remoto propietario de la zona.

La existencia de un nombre propio de origen bíblico, Gabriel, el famoso arcángel que anuncia a la Virgen María que será madre de Jesús, pudo motivar que el topónimo original, Grabiel, una palabra sin duda extraña, fuera –diríamos- regularizada y sustituida por la otra, muy semejante fonéticamente y de uso muchísimo más común. El proceso contrario, esto es, la sustitución de un Gabriel originario por Grabiel, parecería bastante menos comprensible. Es, pues, verosímil que la rareza de la forma abogue por su antigüedad.


 Juan José García González – Javier García Alonso


Bibliografía


García Arias, Xosé Lluis, Toponimia asturiana. El porqué de los nombres de nuestros pueblos, Editorial Prensa Asturiana, S. A., Oviedo, 2005.

García González, Juan José, Introducción a la edición facsimilar de La Ilustración Asturiana, Ediciones La Cruz de Grado, Gijón, 2009.

González-Fierro Ordoñez, Félix, Muros de Nalón, Oviedo, Instituto de Estudios Asturianos, 1953.

Requejo Sánchez, Carmen - Álvarez García, Cándido, Somao. Los nombres de nuestro pueblo, Parroquial Rural de Somao, Llanera, 2019.

Roque (Pseudónimo de Agustín Bravo), “Un recuerdo a Clarín”, La Ilustración Asturiana, 1, enero de 1904, San Esteban de Pravia (Muros), pág. 7-8.

Solin, Heikki – Salomies, Olli, Repertorium nominum gentilium et cognominum Latinorum, Olms-Weidmann, Hildesheim-Zürich-New York, 1988.


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