Querríamos compartir hoy con vosotros un texto no demasiado conocido sobre las tierras del Bajo Nalón y, en particular, las de nuestro concejo, contemplado y descrito con profunda admiración. Surge como evocación de una excursión realizada por estos lares un día de verano del año 1916 y apareció publicado en la revista literaria La Esfera en su edición del 23 de junio de 1917. Su autor es Andrés González-Blanco, de familia luanquina, poeta modernista, novelista y erudito crítico literario, editor, por ejemplo, de las Obras completas de Rubén Darío en 1910; su archivo y biblioteca se encuentran depositados en la Biblioteca Ramón Pérez de Ayala, donde dentro de poco más de una semana se inaugurará una exposición dedicada a su figura y obra, quizá demasiado olvidada. El texto de su pluma que adjuntamos a continuación viene acompañado en la revista de cuatro fotografías cuya autoría corresponde, según se menciona en ella, a Francisco Martín, del que ya hemos hablado en este mismo blog, y que muy probablemente acompañó a Glez.-Blanco en su excursión, pues una de las fotos recoge una escena humana de la que se supone ambos debieron ser testigos al mismo tiempo.
Han pasado ya más de cien años desde que se realizó esta crónica y muchas cosas han cambiado desde entonces, pero quizá algunas de las personales reflexiones expresadas por el autor en aquel momento podrían conservar cierta vigencia hoy día.
“Por la Asturias pintoresca. Orillas del Nalón”
Si
en nuestra patria se fomentase el turismo y tuviéramos convertida a España en
un jardín recreativo para los ricos de Europa, y estuviese pervadida de líneas
ferroviarias y saturada de confort y de lujo en forma tal que no se sintiese el
extranjero déplacéu out of place, según su nacionalidad,
sino que se sintiese satisfecho y bien à
son aise, uno de los rincones preferidos de España sería Asturias, y Muros
del (sic) Nalón constituiría una
estación veraniega tan solicitada como Interlaken o Saint Moritz.
Surgiría
siempre, como ha surgido en Italia, un futurista encolerizado que protestase
contra el hecho de ser convertido nuestro país en una oficina general de
turismo; pero la comarca respiraría satisfecha, los negocios prosperarían, la
comunicación y trato con gentes forasteras estimularían la cultura y, en suma,
al poco tiempo, el país sentiría el benéfico influjo del cosmopolitismo. Quizá este cosmopolitismo corrompe un poco a
los pueblos, los iguala, los nivela, mezcla gentes diversas y usos que se
rechazan, y a la larga venga a ser necesaria una nueva vuelta al terruño, un
baño de sangre autóctona, una regresión a lo indígena puro; mas durante algún
tiempo –dos o tres generaciones al menos- se hace sentir en provecho del país
que penetra, este influjo del extranjerismo. ¿De dónde le viene a la misma
Asturias este aire moderno y elegante que tiene, esta cultura media, este tono
superior de conversación y de conocimientos aun en las gentes medias, sino de
los indianos –no los olvidemos, los tan befados indianos- y de esos ingenieros
y negociantes extranjeros que, a finales del siglo pasado, acudieron al cebo de
los negocios en perspectiva de minas y de fábricas?...
Estamos
en lo más pintoresco de la muy pintoresca Asturias. Estamos en las proximidades
de Muros del Nalón –evoco reminiscencias de una excursión adorable de este
pasado verano de 1916. He aquí que por la pequeña villa donde yo veraneo, han
pasado unos clérigos, unos clérigos joviales y sanos, que ni son esos reverendos
idiotamente motejados durante largos años en El Motín con monotonía intolerable, ni son esos otros clérigos
místicos, aflautados, suprasensibles que algunos se imaginan. Son simplemente
hombres normales, virtuosos, serios, laboriosos, honestos… como lo son otros
tantos hombres. He aquí, pues, al párroco de Ranón, que tiene bajo su
jurisdicción la pequeña estación balnearia de La Arena; este buen muchacho,
torpe al andar, fácil de expresión, tresillista, cazador, este Pepe Aznar de
mis tiempos de Seminario, que es hoy nuestro reverendo D. José Aznar. He aquí
este otro clérigo de sonrisa infantil, D. Emiliano González, hombre de
prestigio en el clero asturiano por su cultura y su don de consejo… Con ellos
camino en esta jardinera –estas jardineras son típicas de Asturias para la
excursiones veraniegas- en esta tarde de sol fuerte, por esta carretera blanca
que conduce a Muros del Nalón.
“Hermosa
fotografía del curso del Nalón, obtenida desde una de sus riberas” (Esta
fotografía está sacada desde la Punta del Cañón, en El Cobayo)
Pasamos
el puente de Soto del Barco. Desde él –ahí lo veis en la fotografía-, un
maravilloso panorama se divisa. La desembocadura del Nalón en el mar; los
pueblecillos escalonados sobre las montañas; Ranón, casi invisible, a la
derecha; Soto del Barco, con más prestigio de villa rica, detrás de nosotros; a
la izquierda, San Esteban de Pravia, con su puerto importante, que acoge ahora
barcos extranjeros, y enfrente de nosotros, Muros, con su caserío apiñado, y
hacia lo alto, el barrio de Somao, todo de edificación blanca y moderna, lugar
de retiro de los ciudadanos enriquecidos en Cuba y Méjico…
A
medida que vamos subiendo la cuesta, tórnase la carretera más sombrosa, honda y
laberíntica. Abundan más los panoramas maravillosos a una revuelta, como ese
trozo de mar bravío que sacude su oleaje
sobre
un bosque de abetos. En un recodo tropezamos con un cuadro típico del país: el
mozo paragüero con la madre, anciana, que viene en peregrinación por las aldeas
a componer y remendar los paraguas, vastos y combos, de los aldeanos… Las
madreñas, el borriquito, el rostro de la anciana madre: todo ello es un pedazo
de realidad asturiana.
“Un
alto en la marcha” (Foto tomada quizá en La Casilla, a la altura del desvío a
San Esteban)
Desde
otro rincón de la arbolada carretera, tan fértil en revueltas y escondites
umbrosos, divisamos esa supervivencia de vida medioeval que ahí veis, el
castillo, que aquí llaman así por antonomasia: el castillo de San Martín,
encaramado sobre la colina gentilmente, un castillo de burgrave alemán, con un
bosque de abetos y pinos que casi le envuelve y dominando la entrada del río
Nalón y su salida al mar… El castillo fue edificado reinando Alfonso I, según
unos; bajo Alfonso III, apudalios, y
sirvió de baluarte a las incursiones marítimas de los normandos. Se han
encontrado en él monedas romanas, de donde puede inducirse su origen. Bajo
nuestro amado rey don Juan II –protector de poetas que el conde de Pumaygre
exaltó con razón- era dueño de esta fortaleza un Gonzalo Cuervo de Arango; pasó
luego a manos de Juan Sánchez de Cancienes. Felipe III hizo merced a D. Diego
de Miranda, padre del marqués de Valdecarzana, del título de alcalde perpetuo
de esta fortaleza, con obligación de mantenerla a su costa.
“El
castillo de San Martín, a orillas del Nalón”
Este
castillo que ahora se yergue ahí, patriarcal y eglógico, en manos de un
opulento astur, D. Ricardo Trelles, ha presenciado todos los sucesos más
salientes de la historia de Asturias: revueltas del Principado bajo Juan I y
Enrique III; y si perdió importancia militar, siempre fue honrado y prestigioso.
Los dueños de aquel señorío honrábanse con el título arcaico de Castellanos de
San Martín… Hoy ve desfilar ante sus almenas, en curso lento y manso, el Nalón,
aquí claro, ya purificado de las escorias minerales que arrastra en el valle
minero de Langreo, entre las fabriles agitaciones de Mieres y ante la fábrica
nacional de Trubia…
Texto
de Andrés González-Blanco y fotografías de Francisco Martín




Qué bonito poder recordar el Castillo de San Martín, cuando era niña pude entrar a verlo y conocerlo y nunca se me olvidó ese día, sobre todo cuando voy por la carretera y lo veo me emociono y veo que sigue en pié. Gracias chicos por todo lo que hacéis.
ResponderEliminarGracias a ti por compartir con nosotros tus experiencias.
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